El conocimiento no sirve para nada.
Y los economistas, como el resto de expertos de las ciencias sociales, no son más que cuentistas, que pueden encontrar una explicación a hechos que ya han ocurrido pero que son incapaces de predecir nada de lo que ocurrirá. Lo único que hacen es vestir de científicas a sus intuiciones, que tienen tanta validez como las de los adivinadores de feria. O, al menos, ese es el tipo de afirmaciones que están implantándose con fuerza no sólo en los foros de debate, sino entre el mismo mundo económico, como prueba el enorme éxito de libros como El cisne negro, de Nassim Nicholas Taleb. Para estas nuevas posturas, vivimos en un mundo en el que no hay certezas, donde las seguridades ya no existen, y donde las verdades del ayer no sirven para hoy. En ese entorno, todo conocimiento experto que pretenda ofrecer un camino sólido no es más, dicen, que una ilusión.